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martes, 20 de enero de 2015

Microlove II


AMAR CON LA VERDAD


- ¿Me quieres?
- Por supuesto - dijo con ternura.
- ¿Podrías vivir sin mi?
- Sería triste, dolería y es una experiencia por la que no quiero pasar, pero...Sí, ¡podría vivir sin ti!
Una sombra de decepción cubrió su rostro.
- ¡Oh, vaya! - logró articular
- Puedo adularte con mentiras, si quieres, pero eso es algo que puede hacer cualquiera. Además tu mereces lo mejor y lo mejor que puedo ofrecerte, es amarte con la verdad.

 Ahora recordaba con pena aquella conversación. Vivir sin ella era algo que nunca experimentó; sin embargo, ahora ella conocía la sensación a la que él hacía referencia, era triste, dolía y no quería vivir con el simple recuerdo de esa persona, tan única, que la había amado sinceramente, con la verdad...
 Pero la muerte del cuerpo, no llegaba.


COMO DIOS MANDA


Carmen estaba concentrada, realizaba sus tareas como de costumbre, pero otra más importante acaparaba su atención. Para ella era importante llevar la cuenta y no equivocarse.
- Trescientas veintitrés, trescientas veinticuatro...
Su marido la miraba extrañado, "no debí de haberla golpeado la última vez en la cabeza", pensaba.
- Cuatrocientas ochenta y ocho...,cuatrocientas ochenta y nueve...
- ¿ Qué coño haces, loca?
- Gracias, cuatrocientas noventa.
Se fue al dormitorio, mientras su marido la seguía.
- Te he preguntado qué haces - gritó.
- Contaba setenta veces siete y mis mejillas para ti se han acabado - dijo mientras bajaba del armario una maleta.


Relatos participantes en el concurso de microrrelatos "MICROLOVE II" organizado por " EL CÍRCULO DE ESCRITORES"

sábado, 17 de enero de 2015

Hobbies

 Sara había descubierto hacía años la forma de estar tranquila.
 Todo comenzó con una pequeña consola portátil de juegos.
 No daba crédito cuando el pequeño Javier, de apenas tres años, permaneció callado y sentado toda la tarde.
 No tardó en hacer acopio de juegos, accesorios y otras plataformas, con sus respectivos complementos, asegurándose de que Javier llevara siempre una encima. Era un hobby caro, pero su tranquilidad lo valía.
 El único inconveniente era que el pequeño siempre compartía sus logros con ella, aunque con un simple "¡qué bien!" volvía a concentrarse en lo suyo, dejándola en paz.

- Mamá,¡maté al dragón!
- ¡Qué bien!
- Mamá, ¡maté al ogro!
- ¡Qué bien! - respondía sistemáticamente.

Sin embargo, esta manía, ahora que tenía quince años, para Sara era muy molesta.

- Mamá, ¡maté a la vieja!
- ¡Qué bien!
- Mira, ¡ahora me cargué a tres niños!
- ¡Ya vale!¡Me da igual a quien te cargues!¡Mata al pueblo entero si te da la gana! -explotó.

 Un brillo de locura centelleaba en los ojos de Javier cuando levantó la vista y la miró, una media sonrisa se dibujó en su cara y su voz sonó ronca, casi adulta.

- Gracias, mamá.




martes, 13 de enero de 2015

El juicio

- Hola,¿eres nueva en el pueblo?
- ¡Hola! Si, nos trasladamos la semana pasada. 
 Aquella chica me miraba con curiosidad, allí en medio del pasillo de las verduras, del pequeño supermercado.
 Parecía algo tímida, alta, delgada, guapa, muchas chicas del pueblo se sentirían amenazadas por su simple presencia. Se llamaba Elena y una vez roto el hielo, era muy simpática.
- Y, ¿qué hacéis aquí para divertiros? - me preguntó
- Ahora en verano, el pueblo está casi deshabitado. Todo el mundo sale de vacaciones en busca del mar, así que no hay mucha gente de nuestra edad.
- ¡Oh, vaya! -dijo con expresión decepcionada -Tenía la esperanza de conocer a alguien antes de empezar el instituto.
- Bueno...¡ Ya me conoces a mi!
 Estuvimos charlando un buen rato y cada vez me caía mejor.
- ¿Qué haces mañana? -le pregunté- Las chicas hemos quedado para ir a un pub que hay a la salida del pueblo, ¿te apuntas?
- ¡Estaría genial!
- Pues no se hable más, mañana a las siete en el parque.
 Regresé a mi casa encantada con mi nueva amiga, estaba convencida que el resto de chicas la aceptarían con igual agrado.
 Al día siguiente, Elena llegó puntual a la cita y poco a poco fueron apareciendo el resto de chicas. 
 Una vez todas reunidas y hechas las presentaciones oportunas, nos pusimos en camino.
 Yo iba con Elena, mientras el resto del grupo nos escoltaba, los susurros y las risitas me iban poniendo de los nervios, llegando al límite de mi paciencia. Dejé a Elena sola un momento y me dirigí a la cola de la comitiva.
 Sandra y Luisa se callaron en cuanto me vieron aparecer.
- ¿Qué pasa?- las exhorté.
- ¿Tienes ojos en la cara? ¡Mira qué pinta lleva!- dijo Luisa burlona.
- Va de mercadillo - la apoyó Sandra entre risas.
 Miré hacia Elena, llevaba una camiseta que marcaba su figura, unos vaqueros desgastados que le sentaban muy bien y unas zapatillas de deporte, estaba claro que iba cómoda.
 En contraste, las otras chicas iban mejor vestidas, incluida yo misma. Zapatos de tacón, faldas, blusas y maquillajes discretos, acordes con nuestra edad, pero sofisticados.
 Retomé mi posición al lado de Elena, desencantada con la actitud de esas chicas que creía conocer.
Acabamos por desmarcarnos del grupo, riendo y disfrutando de la noche sin críticas absurdas a nuestro alrededor.
 El éxito de Elena era palpable, los chicos se arremolinaban en torno a nosotras, dejando de lado al resto de las chicas. Desde el otro lado del pub las miradas se volvían puñales.
 Aquélla no fue nuestra última salida, pero empezamos a prescindir de la compañía del grupo.
 Un par de semanas después, me invitó a su casa por primera vez.
 Cuando llegué no podía creerlo, miré el número varias veces, totalmente desconcertada, hasta que la mismísima Elena me abrió la puerta.
 El jardín estaba impecablemente cuidado, los rosales, las fuentes, todo en perfecta armonía, enmarcando una elegante mansión. Era un sitio de revista, si el edén bíblico existió en algún momento, debía parecerse a aquello.
- ¿Estás bien? - me preguntó Elena.
- ¿Vives aquí? ¡Es maravilloso!- dije cayendo en la cuenta -¿Porque has permitido que se burlaran de ti las chicas del pueblo?
- Su ego lo necesitaba más que el mio - me dijo sonriendo.
- Pero tienes que tener vestidos preciosos y caros maquillajes...¡eres rica!
- ¡Por supuesto que soy rica! - me dijo haciéndose la ofendida - Pobres, son los que sólo pueden presumir de lo que tienen.



martes, 6 de enero de 2015

¿Alba u ocaso?

Aquél no era un sábado cualquiera, era sábado de sábado, de esos que se eligen para hacer limpieza y tocaba desván, nada más y nada menos.
No era tarea a realizar cada primero de mes y cientos de cajas se iban amontonando a la entrada, espaciándose a medida que llegabas al fondo, dejando marca de la última limpieza, poniendo la línea de "hasta aquí llegué la otra vez".
No era una tarea que Marta hiciera con agrado, montones de trastos viejos y libros ya leídos que acumulaban capas y capas de polvo, que a la sazón no le ayudaban a mejorar su alergia.
Pero alguien tenía que hacerlo y todos parecían tener algo mejor a lo que dedicar su tiempo, Luis había quedado, Marcos estaba de vacaciones y no movería el culo del sillón en todo el día y Teresa tenía cita en la peluquería.
Suspiró, resignada ante su nuevo papel de madre para sus irresponsables hermanos.

Se fue hasta las estanterías del fondo, tropezando con todo a su paso. Empezaría por allí, intentaría hacer hueco a los trastos más recientes en los pocos estantes que había. 
La luz del alba entraba por el pequeño tragaluz, incidiendo y haciendo brillar débilmente, bajo la capa de polvo, una caja metálica en uno de los estantes.Parecía antigua, con un labrado impecable, la cogió sin entender por qué un objeto tan delicado estaba allí arriba, condenado al olvido.

Eran las siete y media de la tarde cuando Marta bajó las escaleras, la luz del ocaso era cada vez más tenue. El desván seguía igual de desordenado y sucio que a primera hora de la mañana. Nadie se percataría. 


- ¡Por fin! Me muero de hambre - dijo Marcos al verla entrar en la cocina.

- Hay pan de molde y embutido - contestó Marta automáticamente mientras recogía las llaves de su coche -voy a salir un momento.
- ¿Estás bien? - le preguntó Teresa.
- ¡Claro! - afirmó obligándose a sonreír, mientras escondía la pequeña caja en su chaqueta.

El río bajaba caudaloso, Marta sacó la caja metálica y se tomó un minuto para volver a mirar el hallazgo del desván, como si las horas que había pasado mirando fijamente aquellos documentos no hubiesen sido suficientes.

Las aguas turbias tragaron en un segundo su partida de adopción, las fotos en las que ella, aún bebé, era entregada por una monja a sus nuevos padres y el documento que se mofaba de ella mientras exhibía en grandes letras " No procede", en la línea de puntos dónde debía figurar el nombre de su auténtica madre.

Nadie notó ni preguntó nada a su regreso a casa, nadie comprendió su marcha tres días después, nadie entendía nada. Pero ella..., ella en un segundo lo había comprendido todo.